Marcaba en el reloj las 6am,
Miguel estaba preparándose para lo que venía, aún recordando lo que sucedió
aquella noche hace tres meses.
Era
una habitación oscura, sólo una tenue luz atravesaba el cuarto haciendo
indistinguible muchas de las cosas que habían en él. Entre lo poco que se podía
observar claramente, había una cama, que era pequeña aún para una persona,
tenía un color ocre que por alguna razón, desentonaba con el indivisible lugar.
Allí estaba sentado Miguel, encima de esas sábanas sucias y llenas de moho con
sus manos tapando su cara. Gimiendo cosas inaudibles, junto a él había un papel
con letra grande escrita en labial color carmesí que decía: “Bienvenido al
mundo del Sida”.
Lleno de ira y de
frustración, Miguel decidió comenzar lo que el llamaría su obra maestra, que con
sevicia y deseos de sangre, sabía que éstos no pararían mientras hubiera alguien a
quien odiar. El desdén hacia la vida humana era lo que manchaba su espíritu,
fragmentado en pequeñas partes en las que no había un ápice de filantropía. A
pesar de eso, necesitaría parecer normal a los ojos de los demás. No sabía con
exactitud el cuándo, pero ahora podía manipular y engañar los sentimientos de
los demás, haciéndose pasar desapercibido frente a lo que vendría.
Miguel se puso una camisa
color rosa que no había usado hace años, luego comió su particular desayuno que
consistía en huevos , mollejas con algo de cereal integral seco y agua cruda.
Estaba escuchando el reporte del clima en la radio de su viejo teléfono móvil, al parecer
estaría nublado, pero no habría ninguna precipitación en particular. “Debe ser
perfecto, ahora escogeré el sitio” pensó mientras su rostro no mostraba ningún
tipo de emoción detectable. Antes de partir, Miguel agarró un cuaderno tipo
universitario que había comprado para su obra y con letra clara y grande escribe:
“Capítulo 1”, luego lo dejó en su escritorio, cogió sus llaves y abrió la puerta.
Al principio, Miguel sentía miedo, afiladas punzadas en su corazón lo dominaban
por lo que estaría a punto de hacer, pero en su conciencia sabía de antemano
que esos sentimientos serían efímeros y que sólo estarían presentes en los dos
o tres primeros capítulos de su obra.
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El cuerpo yacía yerto sobre
el césped mientras era arrastrado por unas manos ensangrentadas e insatisfechas,
a Miguel le parecía un momento apoteósico, pero estaba consciente de que era el
inicio de su obra, y que paulatinamente haría cosas mejores. Los solitarios sitios
de Bogotá serían testigos de algo grande, o en palabras de Miguel, algo que solo podría hacer él.
Ana, atónita, leía el
periódico, sorprendida al enterarse de que hay un asesino suelto. Días antes
fue encontrado un cadáver desmembrado y abandonado en un potrero al sur de
Bogotá. El lugar del siniestro era casualmente cerca de la casa de Ana, ella,
preocupada llamó a su amigo.
- Hola Miguel ¿Escuchaste la
noticia? –dijo Ana con tono de preocupación
- No. ¿Qué pasó? – preguntó
Miguel desconcertado
-Alguien mató a una persona
y la desmembró. El cuerpo se encontró a unas pocas cuadras de aquí, hay que
tener mucho cuidado ¿Ok? – advirtió Ana mientras se escuchaba el pitido de un
microondas, señalando que ya había terminado su ciclo.
Esto hizo parar la
respiración de Miguel por un par de segundos y con aparente calma respondió:
-No hay problema, hay que
estar muy pendiente de lo que venga, hasta luego – “Soy
un estúpido. ¿Cómo no ideé otro lugar? tengo que actuar con bajo perfil” pensó
Miguel “Por otro lado ¿qué estará haciendo ella? ¿Pensando en mí? ¿Sabrá de mi
existencia?”
Asomado en la ventana de su
residencia, Miguel la divisaba. Natalia tenía una larga melena oscura, era
delgada y de baja estatura, su piel pálida estremecía a Miguel como nadie lo
haría nunca, tal vez, pensaría, que sus sentimientos hacia ella eran lo único
que quedaba de su verdadera humanidad. Mientras la silueta de Natalia se
alejaba, Miguel no dudó dos veces en seguirla y alcanzarla. Los pasos de ella
se hacían más apresurados al notar que alguien la seguía pero fue inútil, pues
un sólido grito hizo eco entre las paredes del edificio.
-¡Oye espera! – exclamó
Miguel
Natalia se detiene, voltea y
observa a Miguel arrojándole una mirada de indiferencia.
-Qué pena ¿Podemos hablar un
momento? – Pregunta Miguel detallando a la mujer, a quien le parecía aún más
bella de cerca.
-Disculpa, no tengo tiempo –
responde Natalia de manera cortante mientras se aleja de él.
Miguel no lo podía creer. Mientras regresaba a su casa el hacía una mueca y generaba un sonido golpeado ,sardónico y atortolado, creyendo él que era una risa común. ¡Ya lo tenía! En su obra
incluiría su más grande y naciente obsesión, un gran final que culminaría su odio,
o al menos, eso pensaba Miguel ingenuamente. Debe prepararse, serían necesarios
más capítulos, más experiencia y más capacidad de escritura. Miguel recordó
unas palabras de Stephen King mientras escribía en su diario: “Lo que más quería era derribar las defensas de mis lectores, quería desgarrarlos y extasiarlos y cambiarlos para siempre con simples historias. Y me sentía capaz de hacerlo. Sentía que había nacido para lograrlo.” También recordó Miguel que según su autor favorito “La ficción es la verdad dentro de la mentira” por lo que él
determina que la práctica hace al maestro, Miguel quería traspasar esas
barreras, quería trascender de una forma distinta en el hermético mundo que le
apuñaló el sentido.
Habían pasado varios meses. Tras
una serie de innumerables e impunes asesinatos, el escarnio público se había
agravado gracias a la prensa, la cual esparció el miedo y la paranoia,
contaminando la calma de los habitantes de la ciudad. Byron, viejo amigo de
Miguel, sabía que algo en él andaba mal. Sus comportamientos y actitudes eran
diferentes a las que él percibió cuando lo había conocido. Byron veía en Miguel
alguien frio, distante, solitario e indolente, al parecer era la única persona
que se percataba de aquello, pues ninguno lo conocía tan bien como él.
En una reunión de amigos
cerca de la casa de Ana se encontraron Miguel, Byron y la novia de éste.
Después de triviales e infructuosas conversaciones acerca de sus planes para el
futuro, salió a colación el tema del asesino suelto, haciendo percatar a Miguel
de las evidentes sospechas de Byron. “Tengo que matarlo, tiene que ser parte de
mi diario y de mi obra ¿Por qué complicaste las cosas?” pensó Miguel, quien
después de oír a Byron, concretó una cita con él al día siguiente.
Mientras pasaban por zonas
concurridas, Miguel comenzó la conversación con un tono extrañamente cálido.
-Parcero, hacía tiempo que no
salíamos a tomarnos algo – mencionó Miguel, mientras llevaba su brazo derecho a
la nuca.
-Sí, y eso es porque usted
ha estado muy ocupado con su nuevo trabajo, al parecer - recalcó Byron
esbozando lo que parecía una falsa sonrisa.
- He estado pensando en lo
que dijiste ayer del psicópata, me parece algo irreal esa historia, por
supuesto, en esta ciudad podría ocurrir algo como eso, pero el hecho de que los
policías y el gobierno dejen impune el caso, si éste es real, me parece que
refleja una clara incompetencia por parte de la comunidad.- dijo Miguel,
cambiando radicalmente el tono amigable por uno más catedrático.
-Tiene razón, aunque es raro
que ocurra por todo el sur de la ciudad, incluido nuestro barrio, hay muchas
cosas que no encajan – insinuó Byron
En ese momento, Miguel y
Byron abandonaron el lugar concurrido y pasaron por un lado del oscuro y solitario
potrero. Miguel se acercó furtivamente a Byron, y en un acto fugaz y sigiloso,
éste le apuñaló por la espalda. Byron, con los ojos llorosos, observó como Miguel
sacaba su diario, mostrándole uno de sus capítulos, confirmando así sus sospechas en
su lecho de muerte. Miguel, acto seguido, lo ejecutó con sevicia, sin ningún brote sentimental de lo que fue su amigo.
Ya había llegado el momento
para concluir su obra, lo tenía todo preparado. Cuando se acercara a ella, no
podría contener su intención de fugar su ira para culminar ese capítulo
inevitable. Con la serenidad que era usual en él, Miguel emprendió camino hacia el
apartamento de Natalia. Al llegar, tomó un pequeño suspiro y llamó a la puerta.
Allí se encontraban Natalia y Ana, quienes preocupadas hablaban sobre el
asesino. El sitio era pequeño, con una sala de pocos muebles y una ventana que
iluminaba perfectamente todo el apartamento. Ana atendió la puerta y al ver a
Miguel, lo saludó con cálido beso en la mejilla y una amable sonrisa. Al
percatarse del ambiente que surgía a partir de que estaban los tres, Ana se
sintió incómoda y decide dejar solos a Miguel y a Natalia.
Lo único que se escuchaba
era el ruido de una olla a presión, que al parecer, se le había olvidado apagar
a un vecino. Natalia estaba con un periódico
que aún no soltaba por lo incómodo que se sentía tener al frente a la
persona a quien había rechazado.
-Préstame atención por un
momento – reclamó Miguel, después de quitarle a Natalia lo que tenía en sus manos – Simplemente quería
darte un detalle.
Miguel saca de su abrigo una
rosa llena de espinas y se lo entrega ante una estupefacta Natalia.
-Y esto ¿qué es? – preguntó
Natalia aún sorprendida.
- Un regalo, nada más - dijo
Miguel en tono desafinado pero calmado – Tengo otra sorpresa para ti, pero
cierra los ojos.
Ella le hizo caso y se puso
impaciente.
-¿Ya?
-Espera, todavía no.
Natalia no alcanzó a abrir
los ojos, cuando en un breve forcejeo
con una sábana, hizo que ella perdiera la consciencia por falta de aire.
Miguel en su diario escribe
con gusto:
Capítulo
final
Ahora,
con ella más que los otros, quedará plasmada mi obra
El viento parecía golpear la
cara, los ojos de Miguel se enfocaban en la mustia de lo que alguna vez era lo
que lo hacía ser humano, su cordura se perdía entre la vista urbana que se materializaba desde el potrero. Allí estaba Natalia y su mirada inerte e inconexa.
Con una sonrisa de satisfacción, Miguel se sentía extasiado… Pensando, para
justificar su tórrida existencia, en cuál sería el título para su próxima obra.
FIN