viernes, 12 de junio de 2015

Las ciudades y el sentido (tratando de imitar a Calvino)

La ciudad de Bogotá se púede describir de distintas formas; observando sus calles inclinadas , sus múltiples catedrales cuyos tamaños y nivel de reverberación social varía dependiendiendo de la locación de la meseta en el lago. Porque la ciudad destila la reminiscencia de lo que alguna vez fue una meseta de paz.

Sus fragmentados humedales, separados por el alquitrán y la indiferencia urbana y social,  son algunas de las cosas en las que vagamente hacen recordar al olor de los frailejones, espejos de agua, espeletias y maíz. El sonido, a veces sordo, de las aves migratorias , mojintas, polluelas, copetones, currucutús, tinguas y caracoleros, apenas son un esbozo de cuyos protectores del agua y la paz nos habían dejado con celoso legado.
Bogotá puede ser recordada como un búmeran que lanza un montón de sueños e historia en el horizonte, para luego devolverse. Como cuando a un gato se le olvida quién es su dueño, la ciudad jamás se ha perdido entre la austeridad que apenas se logra dilucidar dentro del gris asfalto. Los recuerdos de supuestos comediantes observados a tráves de un paseo nocturno. Porque esa es, un nocturno sin memoria aparente, la ciudad que brilla para bien o para mal.

Las personas titubeantes de otros lugares, forasteros que distinguen donde queda el hermoso capitolio construido minuciosamente en mármol, quienes se apropian más que los dueños de las floras cerca a los parques de diversiones. Esas personas, son aquellas que describen y a futuro recordarán todo lo que fue la ciudad de Bogotá.
Reminiscencia de la civilización capitalina.

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